La falta de cuidado, estigma de nuestro tiempo
Han dicho, de nosotros, que somos seres racionales, seres necesitados de herramientas (antes el fuego, ahora la tecnología) para sobrevivir, etc.
No obstante, siendo un poco suspicaces, podemos intuir que nos definimos según las modas o los contextos. Para la religiones monoteístas somos la creación más bella de Dios, para los darwinistas la más perfecta y para los mercados somos seres necesitados.
Nacemos sin habla, sin plumas, pelaje o dientes. Nacemos sin poder andar, ni tan siquiera gatear. Nacemos con poca visión, pequeños y en un medio que acostumbra a ser hostil (qué decir de los hospitales). Completamente vulnerables.
Y es aquí donde ponemos nosotros el énfasis de lo que somos: vulnerables. Somos vulnerables al nacer y no por la ropa, los dientes, el móvil, el muro del jardín, el seguro de vida, la cotización a la precaria Seguridad Social o los avances en lo que se quiera, dejamos de serlo. Cuántos más muros, parapetos, tecnologías, etc. más se muestra nuestra vulnerabilidad. Continuamos llorando, muriendo, enfermando. Continuamos en soledad, en abandono, en incertidumbre, lanzados por la silenciosa existencia que nos empuja, casualidad tras casualidad.
Somos vulnerables y, como tales, seres para el cuidado, para la cura.
¿Qué quiere decir cuidado?
Cuidar es más que un acto, es una actitud. Por lo tanto, abarca más que un acto de atención, de celo y de desvelo. Representa una actitud de ocupación, de preocupación, de responsabilización y de compromiso afectivo con el otro[1].
Y con nosotros mismos.
[1] BOFF, El cuidado esencial. Ed. Trotta, Madrid, 2002.