No creas en ti

No creas en ti, joven soñador,
teme la inspiración como la peste...
Es un atroz delirio de tu alma enferma,
una irritación del pesamiento cautivo.
No busques en vano señales divinas:
es un hervor en la sangre, un exceso de fuerzas.
Ocúpate mejor de tus cuidados,
vierte esa bebida envenenada.
Si acaso en mágico y secreto instante
descubres en el alma, ha tiempo muda,
un manantial puro, aún desconocido,
lleno de dulces y sencillos sonidos,
no aguces el oído ni te abandones.
Sobre él arroja el velo del olvido:
con el medido verso, con la fría palabra,
no apresarás su sentido.
En los repliegues del alma se insinúa la tristeza
llega el ciclón, la tormenta de las pasiones.
No acudas al ruidoso festín de los hombres
con tu furibunda amiga.
No te humilles. Abstente de comerciar
con la ira y la dócil angustia, no expongas
con altivez tus íntimas heridas
para maravilla de la ingenua plebe.
¿Qué más nos da si has sufrido o no?
¿A qué fin conocer tus inquietudes,
tus absurdas esperanzas juveniles,
los crueles tormentos de tu razón?
Mira: ante ti marcha contenta
la turba por hollada senda.
En los festivos rostros apenas una huella
de preocupación, ninguna inconveniente lágrima.
Y sin embargo ni uno solo encontrarás
no oprimido por algún cruel tormento,
ni uno solo cubierto de precoces arrugas,
libre de alguna pérdida o delito...
Créeme: tan rídiculo juzga tu llanto y tu reprohe,
con ese soniquete tantas veces oído,
como el empeño del maquillado actor trágico
que blande su espada de cartón...